Un Verdi dramáticamente impecable
Por Federico Monjeau
CLARÍN, Jueves 21 de abril 2005
Buenos Aires Lírica abrió su temporada con una notable realización escénica de la ópera del músico italiano.
Rigoletto es una ópera históricamente indeterminada, casi abstracta, y podría ser trasladada a cualquier época sin violencia; el traslado en todo caso podría resultar violento para los hábitos del público pero no para la naturaleza de la obra. Esa indeterminación tal vez tenga que ver con razones históricas concretas: con la necesidad por parte de Verdi y el libretista Piave de protegerse de la censura y desligarse del contexto político del original de Victor Hugo, Le roi s'amuse (El rey se divierte), y en este caso podría pensarse que la renovación de ese desplazamiento original implica un acto de fidelidad con Rigoletto.
La régie de Rita Cosentino para la presente producción de Buenos Aires Lírica lleva la ópera a un cuadro americano de los años 20 o 30, con la sala de baile del palacio convertida en una especie de night club y con el duque caracterizado en términos mafiosos. Pero el logro de esta régie no consiste en haber "acertado" con una época, sino en haber concebido un proyecto dramático sólido y en haberlo resuelto con sentido estético en todos los puntos, desde los mínimos detalles de vestuario (Luciana Gutman) hasta la exacta marcación de las escenas de conjunto.
La escenografía (diseño de Diego Siciliano) se compone básicamente de dos planos: interiores de color intenso contra cinematográficos exteriores en blanco y negro proyectados sobre el fondo. Los planos se contagian mutuamente, y la escena —fugaz y magistral— del rapto de Gilda parece tomada de un policial del cine negro. Al comienzo del segundo acto, el duque se entera del rapto de Gilda por teléfono, y por el mismo medio hace los comentarios del caso; curiosamente, la expresión del personaje se vuelve más intensa y más directa. Los hechos son teatrales y son plásticos. El bar del tercer acto parece una cita del Nighthawks de Edward Hopper, y una envolvente atmósfera pictórica recorre la ópera del principio al fin.
La parte musical no se queda muy atrás. La orquesta dirigida por Carlos Vieu crece expresivamente con el desarrollo de la obra y el reparto está inmejorablemente encabezado por Omar Carrión, un Rigoletto formidable desde todo punto de vista, vocal y dramático. Lo acompañan una conmovedora Fabiola Masino como Gilda y Enrique Folger como el duque; tal vez el tenor no está en su mejor rol: llega a los agudos muy forzado y pierde la fina línea que sabe desarrollar en la zona media. El elenco se completa con convincentes actuaciones de Mónica Sardi (Magdalena), Cecilia Jacubobwicz (Giovanna), Walter Schwarz (Sparafucile), Christian Peregrino (Monterone) y Nahuel Di Pierro (Ceprano), en tanto el coro de Juan Casasbellas mantiene el alto nivel habitual.
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