Los poderosos siempre se divierten
Por Gustavo Otero
MUNDO CLÁSICO, Miércoles 20 de abril 2005
Buenos Aires, 14.04.2005. Teatro Avenida. Giuseppe Verdi: Rigoletto, ópera en tres actos, libreto de Francesco Maria Piave, basado en “Le roi s'amuse” de Victor Hugo. Rita Cosentino, dirección escénica. Diego Siliano, escenografía. Luciana Gutman, vestuario. Horacio Efron, iluminación. Enrique Folger (Duque de Mantua), Omar Carrión (Rigoletto), Fabiola Masino (Gilda), Walter Schwarz (Sparafucile), Mónica Sardi (Maddalena), Cecilia Jacubowicz (Giovanna), Christian Peregrino (Monterone), Norberto Marcos (Marullo), Juan González Cueto (Borsa), Nahuel Di Pierro (Ceprano), Vanesa Aguado Benítez (Condesa Ceprano), Miguel Facal (Ujier), Gladys Albicoro (Paje). Orquesta y Coro de Buenos Aires Lírica. Director del Coro: Juan Casasbellas. Dirección Musical: Carlos Vieu. Espectáculo presentado y producido por la Asociación Buenos Aires Lírica.
Víctor Hugo realizó su obra El Rey se divierte pensando en el rey Francisco I de Francia. La censura impidió a Verdi utilizar al histórico personaje, hubo un intento de trocar al monarca francés por un señor feudal (El duque de Vendôme) y finalmente quedó el inventado duque de la ciudad italiana de Mantua.
Es por ello que, en principio, la ópera no se desnaturaliza si encontramos en ella a un libertino poderoso que se burla de los demás a través de un bufón. Pensemos en los múltiples gobiernos dictatoriales de América Latina (pasados o presentes) con sus cortes de adulones y artistas cómplices que engalanan las fiestas de los personajes del poder o en cualquier otro poderoso que se divierte a costa de los demás y nos daremos cuenta de la inmortalidad de este drama.
La Puesta
En la versión que comentamos la directora escénica Rita Cosentino recurrió al cambio de época, situando la acción entre las dos guerras mundiales del siglo XX en un ambiente de bajos fondos, sordidez y mafia; en una puesta tributaria de la concepción de Jonathan Miller de 1982 para la English National Opera de Londres que contó con escenografía de Patrick Robertson, vestuario de Rosemary Vercoe, coreografía de Tommy Shaw y luces de Robert Bryan
El movimiento escénico resultó admirable, bien pensado, coherente de punta a punta y con detalles que hablan de un trabajo serio y responsable. Valgan como ejemplo el Duque mirando en un papel el nombre que inventó para engañar a Gilda, Ceprano jugando solo a las cartas mientras Rigoletto canta el 'Cortigiani' o el comentar por teléfono el rapto de Gilda.
En el primer cuadro nos encontramos en un burdel barato con garito, con predominio del color rojo, donde el Duque es el poderoso y Rigoletto es un artista deforme que los divierte utilizando un muñeco idéntico a él, como los que usan los ventrílocuos. Muy buena resulta la burla del bufón a Ceprano (marcado como un minusválido en silla de ruedas), aprovechando su debilidad y la seducción que encara el Duque de su señora y excelente el uso del muñeco para la burla a Monterone que viene a reclamar por el honor de su hija.
En el segundo cuadro predomina el gris y vemos una calle de los bajos fondos de la ciudad con una pequeña casa al costado. Cuando Rigoletto llega, su hija abre las cortinas de la ventana y podemos seguir lo que pasa adentro viendo el mínimo interior de la misma. El rapto producido a punta de pistola se sugiere detrás de los cortinas que Gilda volvió a correr luego de que se fuera el falso Gualtier Maldé.
En el tercer acto volvemos a la escenografía del primero aunque es evidentemente de mañana por las sillas apiladas, por la bata que calza el Duque y por la lectura del diario. En el último nos encontramos ante un bar miserable que regentean Sparafucile y su hermana en una sórdida zona portuaria.
La excelencia de la marcación y la respuesta del elenco nos hacen pensar que será muy difícil, a partir de ahora, la vuelta atrás en Buenos Aires y ya no podremos tolerar marcaciones actorales dignas del cine mudo, gestos repetidos para cualquier momento, circunstancia o situación, cantantes en el medio de la escena mirando al público y levantando sus brazos con estereotipados gestos u otras soluciones de nula creatividad.
De muy buen nivel resultaron tanto la escenografía de Diego Siliano y el vestuario de Luciana Gutman como la iluminación de Horacio Efron que contribuyeron a plasmar un resultado visual y teatral de excelencia.
La versión musical
El maestro Carlos Vieu plasmó una versión musical de primer orden logrando por parte de la orquesta una respuesta ajustada, precisa y brillante. Su dirección tuvo a la vez vehemencia y lirismo y se logró un perfecto ensamble entre el foso y la escena. No podemos decir que Vieu sea un director extremadamente joven (nació en 1966) pero es de una generación que está esperando el momento de poder mostrar su valía en ámbitos como el Teatro Colón: Quizás no se los llama porque el talento de este maestro (como el de otros de edades similares) pondrían en evidencia la mediocridad de directores al menos sexagenarios que se tienen aún por buenos en el medio local.
En el protagónico el barítono Omar Carrión logró crear un 'Rigoletto' de aristas líricas, con buen manejo de las inflexiones, exacta línea de canto y actuación convincente.
Enrique Folger como 'El Duque de Mantua' demostró sus excelentes condiciones vocales, algunos pequeños problemas en el pasaje no empañan su labor. Fabiola Masino con una bella y bien timbrada voz compuso una muy buena ‘Gilda'. Tanto Walter Schwarz (Sparafucile) como Christian Peregrino (Monterone) resultaron gratas sorpresas y destacable la belleza vocal y escénica de Mónica Sardi (Maddalena). El resto del elenco cumplió con dignidad los roles encomendados así como el coro preparado por Juan Casasbellas.
En suma: los poderosos siguen divirtiéndose y Verdi continúa mostrándolo cuando hay artistas de valía detrás de su obra. |
