Romanticismo llevado a la lírica
Por Pola Suárez Urtubey
LA NACIÓN, Sábado 4 de junio 2005
"Der Freitschutz" ("El cazador furtivo") de Carl Maria von Weber, con libreto de Friedrich Kind sobre el "Gespensterbuch" (Libro de fantasmas), organizada por Buenos Aires Lírica. Orquesta y coro (dirección: Juan Casasbellas) con dirección general de Guillermo Brizzio; régie Daniel Helfgot; escenografía: Gastón Joubert; vestuario. María Clara Beitía. Cantantes: Carla Filipcic Holm (Agathe), Enrique Folger (Max), Marcelo Lombardero (Caspar), Gisela Barok (Ännchen), Ariel Cazes (Cuno), Leonardo Estévez (Ottokar), Walter Schwarz (Ermitaño), Sergio Carlevaris (Kilian), Lucía Gandolfo (Samuel), Elisin Bourse (Mujer pájaro) y Vanesa Aguado Benítez, Nora Plaza y Adriana Plot (Damas de honor). En el Teatro Avenida.
Aún hoy, "El cazador furtivo" sigue causando en el público cierta sensación de fascinación y terror, por su fantasía exótica llevada a lo macabro. No obstante el tiempo transcurrido y los recursos puestos en juego, esa mezcla original, que apelaba en su época a la fuerza de los símbolos, sin duda causó un más significativo impacto; y si bien tenía antecedentes reconocibles como Mozart y Beethoven -particularmente, este último con "Fidelio"- ello no impidió que se la considerase como el auténtico origen de la ópera alemana. Si en literatura cada autor "crea", a la vez, a sus precursores, difícilmente Wagner haya podido sustraerse a reconocer un antecesor tan manifiesto como Weber.
Pero es innegable, asimismo, que Weber sintió en esta etapa trascendente del drama lírico alemán el influjo de la poesía y la literatura románticas con figuras como la de Goethe, con cuyo "Fausto" "El cazador furtivo" tiene ideológicamente tantos puntos de contacto. Todo el espíritu de un pueblo (el "Volkgeist") está presente en los coros, las danzas, las arias y las canciones, leyendas y epopeyas, a los que Weber reflejó con la fuerza expresiva y la intensidad dramática de su música. En esta oportunidad, los elementos que conformaron la orquesta que dirigió Guillermo Brizzio contó con fieles traductores de la partitura, rica en detalles y efectos orquestales. Aun con recursos armónicos limitados, sin ofrecer evidencias de un desarrollo musical sostenido, la música de Weber logra deslumbrar por utilizarlos con imaginación al crear efectos sorprendentes mediante nuevos recursos expresivos. Su instrumentación sigue criterios sinfónicos y ellos presiden las exigencias vocales de cada uno de sus personajes. De ahí que algunos de ellos hayan tenido que abordar una tarea no precisamente fácil.
No menores han sido aquí los desafíos para la escenografía y la régie al tener que contar con un espacio escénico reducido para el desplazamiento de masas, o por verse éste sobrecargado de elementos escenográficos. En cambio, la reconstrucción romántica conservó los aspectos pintorescos, en las danzas campesinas, o en las canciones colectivas, o con el vivo colorido de los trajes. El bosque acentuó su presencia, no sólo como sitio natural sino en cuanto espacio simbólico que excede la finalidad de la caza.
Carla Filipcic Holm fue notable por su fluido lirismo, amalgamado con un timbre ideal, perfecta dicción alemana y por la creación de la candorosamente romántica Agathe; Enrique Folger tuvo fuerza y convincente dramatismo. La desenvoltura escénica de Gisela Barok no alcanzó a mitigar un desempeño vocal muy exigido. El barítono Marcelo Lombardero superó con su actuación y efectividad escénica, especialmente en diálogos hablados, algunos altibajos de su voz. Tanto Ariel Cazes cuanto Leonardo Estévez asumieron muy adecuadamente sus papeles en lo vocal y lo escénico y el bajo Walter Schwarz, tuvo convincentes acentos en su breve parte. El papel luciferino de Samiel, fue asumido por la actriz Lucila Gandolfo de sugestiva figura, con acertados desplazamientos escénicos visiblemente inspirados en la filmografía de Marlene Dietrich y con un erotismo un tanto ajeno a la ópera de Weber. |