Tan actores como cantantes
Por Susana Freire
LA NACIÓN, Sábado 12 de noviembre de 2005
Día tras día se demuestra que la ópera, como uno de los géneros escénicos, se suelta de ciertos atavismos impuestos vaya a saber por quién para mostrarse con mayor naturalidad en cuanto a la puesta se refiere. Es cierto que a veces se cometen excesos que escapan de las pautas dramáticas y se usan recursos carentes de valores semánticos, pero otras veces como es el caso de la régie de "Las bodas de Fígaro" es tan acertada la resolución estética que pocas veces se ha visto reír al público a carcajadas durante el desarrollo de una ópera.
Y esto resultó en primer lugar del compromiso actoral que asumen los cantantes que, además de su función primordial, componen sus personajes con real carnadura y esto hace que las secuencias presenten una naturalidad totalmente verosímil y las acciones sean íntegramente creíbles. Ya no se trata de hacer cómo si fueran, sino de interpretar buceando en la psicología de esos seres que les toca en suerte. Y esto lo realizan en todo momento, sin abandonar al personaje, lo que les permite alcanzar una coherencia caracterológica. De esta manera, cada situación no tiene desperdicio.
Ayuda, en el aspecto visual, el diseño escénico, que salvo en el primer acto, una habitación en el palacio de Almaviva, donde el espacio se ve muy comprimido, el resto de los ámbitos cumple atinadamente con su función, luciéndose especialmente el último acto, con un diseño de jardín realmente exquisito.
En esto tiene que ver la resolución arquitectónica con telones móviles que van transformando los ambientes sin dilaciones y en algún mobiliario se vuelca una mirada irónica que se suma a la visión crítica que emana de la obra.
Otro acierto sin dudas es el vestuario que a primera vista no representa un estilo o una época en particular, donde hay elementos modernos y otros anacrónicos, pero que se combinan en una fórmula ideal que habla del talento de Luciana Gutman para homogeneizar lo totalmente heterogéneo.
El complemento está en la enriquecedora iluminación, que se suma para engalanar la puesta de Marcelo Lombardero.
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