La lógica del enamorado
Por D.F.
PÁGINA 12. Miércoles 28 de julio de 2004
No había señorita que no lo leyera. Y algunas llegaban a suicidarse cuando lo hacían. Las penas del joven Werther, contadas por Johann Wolfgang von Goethe, conmocionaban a las lectoras pero, además, propiciaron toda una moda romántica (en la que el suicidio fue un elemento de peso) que tomó su nombre de una obra de Von Klinger: Sturm und drang (algo así como tormenta e impulso). Años después, casi al final del siglo XIX, el compositor Jules Massenet tomó esa novela como base para una ópera. El espíritu ya estaba al borde de otra moda: la de los folletines y la del realismo. “Es un personaje cuya lógica amorosa está siempre desplazada de la lógica del objeto. El suicidio es la coronación de esa lógica”, define Rita Cosentino, directora de la puesta de esta ópera que se estrena mañana en el Teatro Avenida –Av. de Mayo 1222–, como parte de la temporada de la asociación Buenos Aires Lírica.
Hay, también, otro desplazamiento entre lógicas: la del teatro y la de la ópera. En el primero, los tiempos los define el texto; en la segunda, la música. “Hacer creíble, por ejemplo, una escena como la de la muerte, que dura veinte minutos en los que, una vez que ya se ha pegado un tiro en la cabeza, el personaje sigue cantando, requiere un trabajo particular”, cuenta Cosentino. “Mi solución fue recuperar algo que está en la novela. Allí, parte de ese texto figura en una carta leída después de la muerte de Werther. En este caso, mientras él canta, Charlotte lee la carta. Es como si ella leyera y recuperara su voz con la lectura. Pero, claramente, él ya no está vivo.” Con funciones, además de la del estreno, el próximo sábado 31, el viernes 6 de agosto y el domingo 8, Werther será dirigida musicalmente por Carlos Calleja. Con un elenco que incluye, en los papeles protagónicos, a Alejandra Malvino (que alternará el papel de Charlotte con Gabriela Cipriani Zec) y Luciano Garay, participarán además integrantes del Coro Nacional de Niños, que dirige Vilma Gorini de Teseo, el Coro Buenos Aires Lírica, preparado por Juan Casasbellas, y la Orquesta de la asociación. El diseño de escenografía es de Diego Siliano, el de vestuario, de Luciana Gutman, y el de iluminación, de Horacio Efron.
“En la ópera siempre se habla del ideal del trabajo de equipo; en este caso eso fue rigurosamente cierto”, afirma la directora de escena. “Esta régie es un trabajo verdaderamente integral. La unicación temporal la da el vestuario. La escenografía es simbólica. Si hay un bosque, es el bosque de la subjetividad enajenada del enamorado. Werther, además, es el único cuyos colores son discordantes con el resto, con el color que caracteriza cada uno de los cuadros. Con Siliano he trabajado en numerosas oportunidades, igual que con Gutman. Trabajar con Efron, que tiene una mirada totalmente distinta de la habitual en la ópera, porque proviene de otro mundo, del rock, fue un descubrimiento fascinante.” El libreto de esta ópera estrenada en 1892, escrito por Edouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann, difiere sustancialmente de la novela. “Decidir si debía tener en cuenta una o la otra fue uno de mis puntos de partida”, dice Cosentino. “La postura fue, finalmente, basarme, desde ya, en el libreto pero teniendo en cuenta aquellas cosas que la novela dice acerca de los personajes y que en la ópera faltan. En algunos casos, al mismo tiempo que sucede algo como escena principal, pasan cosas en otras partes que aclaran datos sobre la historia. En la ópera hay grandes saltos en la acción, entre acto y acto. Yo supongo que ciertas cosas, en una época en que la novela la había leído todo el mundo culto, podían darse por sentadas. Hoy la situación es otra. Hay cosas que si no se leyó la novela no se entiende por qué suceden. Así que parte de mi trabajo fue rellenar esos huecos con acciones.” Reducir la importancia de Werther a algunas arias como “J’aurais sur ma poitrine” o la escena de las cartas de Charlotte, en el tercer acto, sería un error. La orquestación, las acentuaciones derivadas de la prosodia del francés, pero, sobre todo, una historia en la que los héroes trágicos no son ni dioses ni reyes, son algunos de los atractivos, en todo caso, de una de las grandes óperas de la edad de oro de la ópera.
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