Una ópera con el genio de Rossini
Por Daniel Varacalli Costas
LA PRENSA. Domingo 30 de mayo de 2004
Una ópera con el genio de Rossini
"El barbero de Sevilla", ópera en dos actos de Gioachino Rossini. Director: Carlos Vieu. Régie: Peter Macfarlane. Director de coro: Juan Casasbellas. Reparto: Omar Carrión, Gabriela Cipriani Zec, Carlos Ullán, Oscar Grassi, Ariel Cazes, Vanesa Mautner, Nahuel Di Pierro. Orquesta y Coro de Buenos Aires Lírica. Teatro Avenida.
Presentar una nueva producción de ´El barbero de Sevilla´ implica todo un desafío: por un lado se trata de una ópera favorita por su comicidad y sus malabarismos vocales, conocida a partir de una larga tradición interpretativa (es el primer título que se ofreció completo en nuestro país, allá por 1825); por el otro, alcanzar la necesaria eficacia en su interpretación requiere siempre de un amplio equipo de profesionales de máxima solvencia en el estilo rossiniano, mezcla de bel canto con el más puro clasicismo.
Buenos Aires Lírica, venciendo la mala racha de las últimas interpretaciones en el Colón –y fuera de él-, propone en el Avenida un Barbero novedoso, ágil, homogéneo en cuanto a las voces y estilísticamente coherente. Los méritos de este logro resultan compartidos.
LA DIRECCION
Carlos Vieu ya es uno de los grandes directores de nuestro país, pese a que el Colón se obstina en darle la espalda. Más conocido por dirigir obras de una expresividad más fogosa, Vieu logró aquí, en su primera incursión en ´El barbero´, la liviandad y la contención necesarias en una partitura endiablada que jugó alguna que otra inevitable mala pasada a los instrumentos, sin empañar por esto el impecable concepto general. Peter Macfarlane, hombre de la comedia musical, debuta en la régie de ópera en nuestro país con un título que lo encuentra en su salsa: la diversión. Las marcaciones actorales resultaron de una incansable efectividad, hábiles traductoras de un humor que a veces podría resultar lejano si no fuera por la eficacia con que delineó cada personaje y planteó sus gags. El concepto general, contrariando cierta tendencia polémica, situó al Barbero antes de su época histórica y no después, apelando a los personajes de la commedia dell´arte y abriendo y cerrando el espectáculo con un carromato de artistas ambulantes que pueblan la sala desde antes que el público ingrese, generando un clima alejado de lo esperable. Esta originalidad permite disculpar cierta falta de claridad en el sketch que Macfarlane ideó para el comienzo, donde los artistas, tras algunas peripecias, son invitados por el director de orquesta a montar –justamente- ´El barbero´, así como algunos desajustes técnicos y de iluminación, sin duda superables.
VOCES CON AUTORIDAD
La homogeneidad del elenco vocal fue el puntal que permitió sostener sin renuncios las más de dos horas y media de espectáculo. Cada voz fue elegida con pleno conocimiento de los papeles y el estilo, y esto trascendió el canto para posibilitar una actuación eficaz. Sin duda, el Don Bartolo de Oscar Grassi se robó gran parte de la comicidad de la noche con una composición extraordinaria de un personaje que lo ha acompañado durante toda su vida. Un experiencia similar desplegó Omar Carrión con su Fígaro, muy musical y solvente, pese al escaso caudal de su voz. Gabriela Cipriani Zec resultó una revelación como mezzosoprano de coloratura, con una voz bien templada y una agilidad para los adornos poco comunes en su cuerda. Carlos Ullán es actualmente de los pocos tenores argentinos capaces de encarar papeles prerrománticos: su color es el ideal para la elegancia que exige el clasicismo y su Almaviva sorteó con entereza las dificultades vocales y persuadió por su comunicatividad. El bajo Ariel Cazes se oyó algo errático en su Don Basilio, poco audible en algunos pasajes, lo que podrá mejorar con el correr de las funciones conociendo sus calidades artísticas. Impecables Vanesa Mautner (Berta) y Nahuel Di Pierro (Fiorello), tanto en su actuación como en su canto.
En el balance, este Barbero de Buenos Aires Lírica recupera virtudes que el teatro lírico local parecía haber perdido: compromiso artístico, intención en el decir y en el actuar, y una profunda renovación escénica que permite afirmar la vigencia de un género imperecedero.
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