Brillante acontecimiento artístico
Por Juan Carlos Montero
LA NACIÓN. Martes 16 de noviembre de 2004
Opera "Ariadna en Naxos", de Richard Strauss, sobre libreto de Hugo von Hafmannsthal. Elenco: Adriana Mastrángelo, Natasha Tupin, Virginia Correa Dupuy, Eleonora Sancho, Mónica Sardi, Carla Filipcic-Holm, Gui Gallardo, Marcelo Lombardero, Carlos Bengolea, Juan González Cueto, Enrique Folger, Sergio Carlevaris, Alejandro Meerapfel, Carlos Sampedro, Walter Schwarz y Rubén Della Rossa. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Iluminación: Gonzalo Córdova. Régisseur: Rubén Szuchmacher. Camerata Bariloche, encabezada por Fernando Hasaj (concertino) y conjunto de vientos, arpas, celesta, timbales y percusión. Director musical: Rodolfo Fischer. Organizado por Buenos Aires Lírica. Teatro Avenida. Nueva función: pasado mañana.
Por primera vez en la historia musical de Buenos Aires se ha ofrecido una ópera de Richard Strauss fuera del Teatro Colón y con un elenco íntegramente conformado por artistas sudamericanos. A esta circunstancia cabe agregar que se ha concretado en un nivel de altísima calidad artística, tanto desde el punto de vista sonoro como desde el visual, al punto de ubicarse entre los mejores espectáculos de la actual temporada lírica.
Contribuyen a nuestra valorización las especiales características de la obra, una de las joyas del repertorio alemán que por el equilibrio entre drama y música, la originalidad de su entramado musical y la alternancia de elementos cómicos con serios plantea enormes dificultades de preparación y un apasionante desafío a todos los intérpretes.
Desde ya que frente a un espectáculo tan admirablemente realizado en las dos vertientes del mundo del teatro cantado sería injusto hacer un análisis en orden jerárquico. Pero como por algún lado se ha de comenzar, afirmamos que hubo un artífice indudable en la concertación musical del chileno Rodolfo Fischer, que puso en evidencia una muy sólida formación intelectual y plena autoridad para obtener una excelente lectura de la partitura.
Su aporte demostró buen gusto y atinado criterio para obtener las variadas dinámicas de expresión del discurso musical. Su manera de cantar la rica sucesión de pequeñas frases melódicas fue una lección en el logro del encuadre justo del estilo straussiano. La densidad y la transparencia de ese sinfonismo mágico que surge de la orquestación, caleidoscopio de colores sonoros, se escuchó en los más mínimos detalles en esta partitura aún más sorprendente al ser plasmada a través de un conjunto de treinta y siete solistas, cada uno de ellos entrelazando sus voces en un bordado musical cautivante. Para lograr el sonido terso de las cuerdas y las hermosas atmósferas que suman los instrumentos de viento y de percusión, el maestro contó con la Camerata Bariloche y músicos brillantes para el orgánico exigido, aporte significativo de Buenos Aires Lírica, que no retaceó nada en pos de la calidad musical de la propuesta.
Elenco ejemplar
El cuadro de cantantes cumplió una labor superlativa. Virginia Correa Dupuy ofreció una de sus mejores logros, no sólo desde el punto de vista vocal, sino también por su admirable composición de la protagonista, que es la prima donna en el prólogo y Ariadna en la ópera. Su canto se distinguió por su musicalidad, voz aterciopelada y bien emitida, fraseo suntuoso y una actuación sobria y aplomada.
El tenor Carlos Bengolea ratificó su formidable capacidad para abordar el canto dramático alemán, el del ya extinguido heldentenor, sin serlo en el más estricto sentido del término. Una proeza de disciplina, entrega e inteligencia, que resolvió con eficacia las dificultades que provoca una tesitura alta, verdaderamente endemoniada. Pero además el tenor posee prestancia escénica y su accionar es siempre impecable, al punto de exhibir una actuación que parece distendida y elegante. Creemos que Bengolea ha ganado con honestidad un lugar de privilegio en la historia del arte lírico nacional, porque además y casi en soledad, es el artista de hoy que hace posible abordar este tipo de repertorio.
Adriana Mastrangelo encaró el personaje del compositor de manera vibrante, con un decir expresivo y dejando escuchar su matizada y poderosa voz de mezzosoprano. Al mismo tiempo, su espontánea manera de actuar, natural en los gestos y desplazamientos, aportó la cuota necesaria para que su personaje adquiriera el brillo que evidentemente quiso el autor.
Atractiva y desenvuelta, Natasha Tupin dio vida a una Zerbinetta brillante. A su simpatía y belleza sumó su notable capacidad para cantar la tremenda zona aguda de su personaje, resolviendo con inteligencia todos los pasajes de muy comprometida coloratura, al punto que la famosa aria del segundo acto obtuvo la sonora aprobación del público.
Impecable Marcelo Lombardero como maestro de música, tanto por su caracterización como por la calidad de su decir con excelentes medios sonoros. Gui Gallardo, imponente como actor para crear un mayordomo de gestos aristocráticos que ha de quedar como modelo. El resto del elenco, incluidas las tres ninfas de voces bien timbradas, Eleonora Sancho, Mónica Sardi y Carla Filipcic-Holm, se destacó por su disciplinado nivel de preparación.
Excelente puesta
Rubén Szuchmacher fue el artífice de una admirable puesta escénica que, con fidelidad a Hugo von Hofmansthal y Strauss, aportó una catarata de ideas como para que, de un modo sintético, el espectador tuviera suficientes sugerencias, pinceladas, detalles para imaginar, completar y gozar de un espectáculo brillante. Mas allá del acierto de Jorge Ferrari con su boceto y de la iluminación de Gonzalo Córdoba, la sobriedad, inteligente aplicación de esa iluminación y el bien logrado efecto final coronaron un trabajo que enriquece la ya significativa trayectoria artística de este régisseur. El público de las dos primeras funciones brindó ovaciones que por su impresionante unanimidad provocaron una emoción colectiva que será difícil de olvidar.
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