Un Strauss brillante
Por Federico Monjeau
Buenos Aires Lírica cierra su temporada con una excelente realización musical y dramática.
Ariadna en Naxos, el título que cierra brillantemente la temporada de Buenos Aires Lírica, es además de todo un notable documento de anticipación histórica y psicología musical.
Nadie que conozca las alternativas biográficas de Strauss y el papel que le tocó jugar en el nazismo como compositor oficial (aún sin ser Strauss antisemita ni de profesar simpatía por el régimen), dejará de sentir cierto escozor ante una línea de diálogo que Zerbinetta y el Compositor mantienen en el prólogo de Ariadna, estrenada en 1916 con libreto de Hugo von Hofmannsthal: "No sobreviré a ese momento -se lamenta el compositor idealista al ver que su ópera seria, Ariadna, finalmente será representada simultáneamente con la pantomina de un grupo de comediantes italianos (deberán compartir el escenario en la mansión de un millonario de Viena, ya que su representación sucesiva retrasaría los fuegos artificiales programados para las nueve de la noche). "Sobrevivirás a muchos otros", responde lacónicamente Zerbinetta, primadonna de la compañía cómica.
Pero además de estos anticipos políticos la ópera contiene una representación artística entre cínica e irónica, con su abierta idea de composición "en estilo", con su burlesca visión del compositor idealista y con su mezcla de géneros novedosa (también anticipatoria como ejemplar de posmodernismo operístico).
Amparado en la distancia de una representación dentro de otra, Strauss vuelve a probar ciertas formas expresivas del pasado, como el aria de bravura hiperornamentada para Zerbinetta. Por su lado, Ariadna y Bacchus son interpretados en clave wagneriana, tanto en la parte lírica como en los materiales de la orquesta; también en el libreto: en la metáfora del mar, en la pasión amorosa y en esa obsesión wagneriana por el pasaje "al otro lado" hay un claro eco del Tristán.
Pero nada puede ser definitivamente tomado muy en serio, y la puesta de Rubén Szuchmacher juega con esto admirablemente. Las tres ninfas de Ariadna, por ejemplo, son unas aleladas ondinas que aletean sus brazos como si chapaleasen en el fondo del Rin, uno entre tantos detalles de una realización escénica extremadamente sutil y llena de chispa, que se desarrolla sobre una escenografía fija de Jorge Ferrari, perfecta composición vienés-kitsch-modernista con luces de Gonzalo Córdova.
La parte musical no está menos lograda. El chileno Rodolfo Fischer es un director de primera línea, que cuenta con una aceitadísima Camerata Bariloche y con un reparto muy bien seleccionado: la Zerbinetta de Natasha Tupin no puede ser vocal y físicamente más exacta; el Compositor de Adriana Mastrangelo es sin duda la gran actuación del prólogo; Virginia Correa Dupuy compone una Ariadna magistralmentre autocentrada y expresiva, mientras que el tenor Carlos Bengolea (Bacchus) aporta una justa dosis de heroísmo wagneriano. Del resto del elenco, al menos no deberían dejar de mencionarse las actuaciones de Marcelo Lombardero -notable barítono y actor magnético- en los papeles de Maestro de música y Harlekin, y de Enrique Folger como Maestro de baile y Brighella.
El Avenida, tradicional teatro de zarzuela, ha sido conquistado como segundo teatro de ópera porteño. Un poco tardíamente, la ópera comienza a vivir su vida fuera del Colón, y no es por cierto una vida de prestado. |