El esplendor sonoro del barroco
Por Daniel Varacalli Costas
LA PRENSA, Sábado 18 de Septiembre de 2004
"Agrippina", ópera en tres actos de Haendel. Reparto: Hernán Iturralde, Carla Filipcic Holm, Rosa Domínguez, Laura Antonaz, Franco Fagioli, Alejandro Meerapfel, Pablo Travaglino y Sergio Carlevaris. "Régie" e iluminación: Claudio Gallardou. Escenografía y vestuario: Renata Schussheim. Orquesta Barroca del Plata. Dirección: Juan Manuel Quintana. En el teatro Avenida.
El estreno sudamericano de "Agrippina", de Haendel, en el teatro Avenida, constituye uno de los acontecimientos más destacados de la lírica local de los últimos tiempos, y el aporte más importante de Buenos Aires Lírica en la que apenas es su segunda temporada. Las razones de esta afirmación son obvias: el último Haendel que se hizo en nuestro país fue "Xerxes" en 1971. Pese al auge del historicismo, nada se había hecho desde entonces en nuestro medio por dar a conocer al gran músico alemán en un género al que dedicó sus mayores energías. Que esta novedad, además, se haya ofrecido con instrumentos y criterios de época, y con un elenco casi íntegramente nacional, convalida la dimensión de este emprendimiento.
UNA OPERA JUVENIL
"Agrippina" es la tercera ópera de Haendel, la primera de las vigentes en el repertorio y la última que el músico compuso en Italia, donde abrevó en la febril atmósfera de ciudades como Nápoles y Venecia. La música, que trasunta todo ese entusiasmo y vigor juveniles, de la mano de un libreto nada estático, centrado en la maraña de intrigas que Agrippina teje para granjearle el trono a su hijo Nerón, fueron los estímulos que decidieron a Juan Manuel Quintana a ofrecer la realización de este título, al frente de su Orquesta Barroca del Plata. Criteriosamente, Quintana, violagambista excepcional y director que revista en las filas historicistas más afamadas de Europa, eliminó aquellos pasajes superfluos o inconsistentes de esta obra enorme, para que la duración no fuera mucho más allá de las tres horas netas de música (!). La longitud, sin embargo, no se hizo sentir, gracias al empuje y la calidad de la interpretación, y a la agilidad que Claudio Gallardou logró con sus marcaciones escénicas, sumadas a algunos acertados efectos de iluminación. En lo visual, la tarea de Renata Schussheim tuvo su fuerte en el vestuario, de impactante cromatismo y asimilable contemporaneidad. La escenografía, en cambio, resultó híbrida, sin terminar de definir una tendencia hacia lo abstracto que hubiera favorecido una puesta despojada, optando dudosamente por dibujos de fondo de escasa integración y colores fuertes poco matizados (rojos y fucsias excesivos).
PALETA DE SONIDOS
Más matizada fue la paleta sonora que el ensamble instrumental dejó oír en el Avenida, desde hermosos pasajes de oboe y flautas dulces hasta la impensada audibilidad de la tiorba y el archilaúd. Quintana conjugó dominio estilístico, sensibilidad y cohesión con los cantantes, aun en momentos de extrema dificultad donde la coloratura de la voz es doblada por los instrumentos. La selección de los cantantes respondió a las exigencias de sus papeles, comenzando por la soprano Carla Filipcic, de ascendente carrera, cuya Agrippina impactó por su vocalidad de impecable emisión, su manejo escénico, y un profesionalismo que la está consagrando como una de las mejores cantantes nacionales. A un mismo nivel, el bajo Hernán Iturralde (Claudio) confirmó una vez más su entereza vocal y su chispeante vena histriónica, que sumó vitalidad y simpatía a un personaje de oscura psicología. El tercer puntal del elenco es el contratenor tucumano Franco Fagioli, revelación que aquí legitima su creciente fama a través de su encarnación de Ottone, con un registro que se oye natural, con cuerpo, y un hermoso color que trasciende lo llamativo de su cuerda para atrapar por su arte.
VOCES DEL EXTERIOR
De las dos cantantes convocadas del exterior, una -Rosa Domínguez- es argentina residente en Suiza; su Nerón fue creciendo en intensidad hasta una notable intervención en el tercer acto; su voz, muy asentada en la parte baja, permitió reemplazar al contratenor al que suele asignarse el papel. Por su parte, la italiana Laura Antonaz asumió una Popea verosímil en lo actoral y fluida en lo vocal. Muy buenos desempeños cumplieron, finalmente, el barítono Alejandro Meerapfel y el contratenor Pablo Travaglino como los dos libertos, y el bajo Sergio Carlevaris como el ubicuo sirviente Lesbo, al que Gallardou le asignó una misión caricaturesca que, aunque algo sobreactuada, aseguró humor a lo largo de la obra. En el balance, "Agrippina" es un espectáculo brillante, impensable hasta hace unos pocos años a cargo de elementos nacionales, lo que habla del crecimiento sostenido de nuestros artistas, capaces ya de aportar lo suyo a la escena internacional. Fue en suma, un digno homenaje al "vecchio e caro sassone" -así llamaban los italianos a Haendel- a cargo de "giovani e bravi argentini" de una formidable generación que apenas promedia los treinta años.
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