Una de emperadores
Por Federico Monjeau
CLARÍN, Sábado 18 de Septiembre de 2004
"Agrippina", de Haendel, es una versión libre y satírica de la sucesión imperial en la Roma de Claudio y su hijo Nerón.
Buenos Aires Lírica acaba de descubrir para el público un valiosísimo ejemplar de ópera barroca, Agrippina de Georg Friedrich Haendel, que subió a Avenida en carácter de estreno sudamericano con dirección de Juan Manuel Quintana, régie de Claudio Gallardou y escenografía y vestuario de Renata Schussheim.
Estrenada en Venecia en 1709, primer gran éxito italiano del alemán Haendel, Agrippina lleva un libreto del cardenal Vincenzo Grimani y es una versión libre y satírica de la sucesión imperial en la Roma de Claudio y su hijo Nerón. La forma cruel e inexorable de la Poppea de Claudio Monteverdi (estrenada medio siglo antes en la misma ciudad) deja paso aquí a una especie de comedia de enredos donde casi todos los planes fracasan, y donde Poppea se muestra como una amante desinteresada. Agrippina es un extraño ejemplar belcantista, donde toda la nobleza y la solemnidad expresiva del aria barroca se combina con una retórica inequívocamente bufa, que incluye una considerable proporción de parlamentos entre paréntesis o pensamientos en voz alta.
El enfoque de Claudio Gallardou no se sobrepone a la naturaleza de esta ópera de Haendel sino que la interpreta. Es cierto que el director, básicamente a través de su caracterización del criado Lesbo y de otros actores-arlequines, pareciera por momentos demasiado empeñado en estampar su firma de comediante extra-operístico, pero su trabajo de escena es admirable y consecuente, y no es fácil ver en un escenario lírico una marcación de actores tan precisa y eficaz.
La puesta se desarrolla en una escenografía económica y significativa, hecha básicamente de unos biombos y, como fondo, unos detalles ampliados de grabados que remiten más a la Venecia de Haendel que a la Roma de Nerón. El vestuario realiza también un desplazamiento histórico oportuno, aunque sin descartar la ironía de algún detalle "romano" en el atuendo; el vestuario no está orientado históricamente sino psicológicamente, y además establece significativas simetrías (como la de Pallante y Narciso, respectivamente representados por el barítono Alejandro Meerapfel y el contratenor Pablo Travaglino). Las ropas de equitación dan al sucesor Nerón un aire distante e indolente, exquisitamente subrayado por actuación de la mezzo Rosa Domínguez, dramática y vocalmente tal vez lo más brillante del elenco junto con el bajo Hernán Iturralde como Claudio y el contratenor Franco Fagioli como Ottone (cuyo lamento del acto II fue una de las cosas más extraordinarias oídas en mucho tiempo). El reparto es completado por Carla Filipcic Holm (Agrippina), Laura Antonaz (Poppea) y Sergio Carlevaris (Lesbo).
La parte orquestal fue tal vez lo más débil de la representación. Juan Manuel Quintana es un notable violagambista; no es fácil establecer si a su desempeño como director le falta chispa o si la respuesta de la Orquesta Barroca del Plata es un tanto limitada. En la obertura hubo algunos sobresaltos (por ejemplo un oboe que, más que desafinar, parecía estar leyendo en otra clave); rápidamente las cosas se encauzaron, pero sin llegar al brillo.
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