El genio alegre de Rossini
Por Carlos Urbe
LA PRENSA. Sábado 28 de junio de 2003
Ficha técnica: "La italiana en Argel", drama jocoso en dos actos. Libro: Angelo Anelli. Música: Gioacchino Rossini. Cantantes: Mariana Rewerski, Eduardo Ayas, Hernán Iturralde, Armando Noguera, Eleonora Sancho, Mónica Sardi y Nahuel Di Pierro. Iluminación: Gonzalo Córdova. Vestuario: Mini Zuccheri. Escenografía y Regie: Horacio Pigozzi. Coro Buenos Aires Lírica (Juan Casasbellas) y Orquesta (Carlos Calleja). Teatro Avenida (Avenida de Mayo 1222).
Tuvo sin duda interesante nivel el segundo espectáculo que Buenos Aires Lírica presentó el jueves en el Avenida. Bajo la conducción artística de Claudio Ratier, y después de "Madama Butterfly", esta novel compañía ofreció ahora "La italiana en Argel" ("L´Italiana in Algeri"), de Gioacchino Rossini, esa indiscutible obra maestra (en realidad: una joya) del género bufo italiano, y la versión, con sus más y sus menos, resultó teatralmente divertida y reflejó buen estilo musical.
Uno de los principales factores de este logro fue decididamente el "régisseur" Horacio Pigozzi, quien a despecho de una escenografía de escasos recursos, plasmó una puesta realmente talentosa, desbordante de ingenio y creatividad. Hubo algunas exageraciones (las actitudes de la protagonista en el segundo acto), y cierta pobreza de movimientos (el coro de los "Pappataci"), pero en el balance final, esta moderna "mise-en-scene" pareció de una precisa e imaginativa funcionalidad y no dejó ningún cabo suelto. Mini Zuccheri fue a su vez la autora de un vestuario de discutible eclecticismo (los atuendos del bey se vieron muy deslucidos), tal vez acorde con el tono farsesco de la propuesta, mientras que Gonzalo Córdova realizó un impecable diseño lumínico.
LOS CANTANTES
En el elenco de solistas vocales, se destacaron en primer lugar el tenor Eduardo Ayas (Lindoro), cuya excelente profesionalidad le permitió sortear airosamente los inconvenientes de una ardua tesitura (que incluye los do naturales sobreagudos de "Languir per una bella"), y también la soprano Eleonora Sancho (Elvira), quien exhibió un buen metal, de cristalinos acentos líricos.
Hernán Iturralde (Mustafá) tuvo dificultades con las ornamentaciones (especialmente en "Gi d´insólito ardore nel petto") y cantó por momentos con técnica algo rústica, pero fue mejorando su labor a medida que avanzaba la representación, en cuyo transcurso puso de manifiesto una estimable "vis" cómica. En los otros papeles, tanto el barítono Armando Noguera (Taddeo) como la mezzo Mónica Sardi (Zulma) y el bajo Nahuel Di Pierro (Haly) se desempeñaron con entera eficacia.
En cuanto a la mediosoprano Mariana Rewerski (Isabella), cabe apuntar que a despecho de un caudal limitado, lució esbelta figura y un registro de color cálido y homogéneo, de agradables armónicos, manejó con limpieza su coloratura y apoyó sus notas con inteligencia.
SIN BATUTA
Preparado por Juan Casasbellas, el Coro Buenos Aires Lírica demostró empeño y concentración, al tiempo que en el podio, el maestro Carlos Calleja debió encarar una ópera tan pletórica y vibrante orquestalmente con una agrupación muy reducida (¿se puede hacer este Rossini sin trombones?). Su traducción (en la que se abrieron algunos cortes) fue de todos modos correcta en sus aspectos lineales, pero adoleció de dos serios defectos. La falta de énfasis y de acentuaciones en los recitativos, y los problemas de concertación con el palco escénico, que sobre la base de una marcación deficiente, se repitieron de manera permanente durante toda la velada. Son conocidas las complicaciones de sincronización en los velocísimos números rossinianos, con sus ágiles crescendos, sus "strette" y su pluralidad de partes. Pero esas dificultades se tornan aún mucho mayores cuando se dirige con afán innovador sin la guía de la batuta, con el simple y pequeño movimiento de la mano derecha. |