Por Claudio Ratier
  Tiempos difíciles

Attila
El estreno
En Buenos Aires

ATTILA

La lectura de una pieza teatral de Zacharias Werner titulada Attila, König der Hunnen (Atila, rey de los hunos , 1808) entusiasmó a Verdi y lo decidió, tras la malograda Alzira, a componer una nueva ópera basada en la llegada a Italia del poderoso y temido emperador. La escritura del libreto fue accidentada y en principio cayó en Francesco Maria Piave, a quien Verdi recomendó que además del drama de Werner leyera De Alemania de Madame de Staël, libro que presentó la cultura alemana a la intelectualidad europea durante los albores del romanticismo. Andrea Maffei redactó un esbozo de libreto que fue enviado a Piave, hasta que la escritura definitiva se le encomendó a Temistocle Solera. Éste trabajó con mucha lentitud mientras que Verdi, en compañía de Muzio, dejaba Milán para establecerse en Busetto y componer su próxima ópera con la mayor tranquilidad posible. La tan deseada paz se vio interrumpida por la obligatoriedad de algunos viajes, pero esto no fue lo peor. Por motivos personales que hasta dieron lugar a comentarios risueños, Solera se marchó a España sin aviso previo y sin terminar el texto para Attila; al menos sugirió que lo concluyese Piave. Verdi tomó la sugerencia y le dio a su colaborador instrucciones precisas acerca del tercer acto, que no se correspondían con las ideas originales del poeta desertor. Cuando el texto definitivo llegó a manos de este último, con la aclaración de que podía introducirle los cambios que desease, expresó que habían hecho de su libreto una parodia. Aquí, la relación tanto personal como profesional entre Verdi y Solera se rompió para siempre.

A pesar de la persistencia de sus problemas de salud, Verdi, instalado en Venecia hacia fines de 1845, no dejó de trabajar salvo durante la Navidad de aquel año, cuando fue obligado a guardar total reposo; su salud pasó por un estado tan precario y tan crítico, que la prensa difundió la falsa noticia de su muerte. Finalmente mejoró y cuando dio por concluida la partitura de Attila entre fines de 1845 y comienzos de 1846, se mostró conforme con lo realizado. A pesar de las contrariedades que hemos referido, la atmósfera durante aquel período fue favorable: nuestro compositor era muy admirado en Venecia, ciudad levantada en la alta Edad Media sobre los pantanos de la antigua Aquilea, y elegida para que Attila se diese a conocer al público por primera vez.

En la nueva partitura encontramos a Verdi con un entusiasmo y una inspiración tales, que la superioridad de ésta con respecto a las precedentes es altamente notoria. No es difícil advertir en su preludio una premonición de Macbeth (La Pergola, 1847), drama genial y acaso lo mejor, junto con Attila , compuesto durante aquellos años. El tratamiento que Verdi daba a sus personajes es inconfundible, muestra a los hombres con sus diferentes facetas, diluye el límite rígido entre lo blanco y lo negro, y hace que los más tiranos y despiadados expongan su humanidad (pensemos en Nabucco y en Abigaille). Gracias a este tratamiento que tanto enriqueció el contenido dramático de sus óperas, observamos que Attila, el tirano invasor, “el azote de Dios”, como se lo llamó en la antigüedad, es retratado con su ferocidad pero también con sus temores y debilidades. A lo largo de la historia los fuertes oprimen a los débiles y muchas veces los roles se invierten. En Attila los tremendos romanos de otros tiempos son los oprimidos que deben defender a su patria de las ambiciones del rey de los hunos. Odabella será quien, a la manera de la Judith bíblica, se sacrificará por Italia y dará muerte al invasor como nadie más podía hacerlo. Célebre es la frase que pronuncia el general romano Ezio en su duetto con Attila, durante el prólogo: Avrai tu l'Universo, resti l'Italia a me (“Tendrás el universo, pero déjame la Italia a mí”), palabras emblemáticas que reflejan el espíritu de la ópera.

El tratamiento de las voces es básicamente el mismo que encontramos a lo largo de toda la producción del compositor, y que con los años evolucionó hasta alcanzar el máximo de sus posibilidades. Extensión, potencia y dominio de los diversos recursos técnicos son los requisitos infaltables. No basta con rugir y emitir notas extremas con plenitud, sino también administrar los recursos técnicos para lograr un canto noble y de refinado estilo, tanto en los momentos de bravura como en los más líricos. El personaje central es un nuevo eslabón para la serie de grandes papeles para bajo iniciada con el Zaccaria de Nabucco , ese tipo de roles con grandes exigencias dramáticas y vocales, que a menudo llevan al intérprete a un registro prácticamente baritonal. Por aquella época aún se denominaba “bajo” tanto al cantante de esta cuerda como al barítono, que a diferencia de aquel se desenvuelve con mayor facilidad y más posibilidades en el registro agudo. Ezio, el barítono de la ópera y segundo en orden de importancia según la partitura, enriquece el maravilloso panorama de lo escrito por Verdi para este tipo de voz, mientras que en Odabella encontramos una vez más esa clase de soprano dramática con gran presencia y ductilidad vocal, que evolucionará con múltiples variantes hacia las heroínas de los años venideros. En la parte lírico-heroica de Foresto se preanuncia Manrico, y para los personajes breves, y no por esto menores, de Uldino -tenor- y el Papa Leone I -bajo-, también se requiere cantantes con autoridad y efectividad suficientes como para colocarse a la altura de las grandes exigencias de este drama épico.

Si desde los tiempos de Nabucco Verdi lograba que los patriotas italianos se identificaran con su música, y adoptasen ciertos momentos para expresar sus anhelos de libertad ante el invasor austriaco, durante el período de la llegada de Attila este sentimiento se ahondaba aún más. La mencionada frase de Ezio, que se puede traducir como “Italia para los italianos”, se convirtió no sólo en lo más célebre de la ópera sino también en un fuerte emblema patriótico. Muchos sabemos que por aquellos tiempos los italianos escribían “Viva Verdi!” por la vía pública, frase de doble sentido que también se entendía como “Viva Vittorio Emanuele, Re D'Italia!”.

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